jueves, 29 de julio de 2010

Leyes: Casus Belli

Durante muchos años, el avance de la Reconquista fue más débil de lo esperado debido a la continua lucha entre los cristianos. Sangre vertida entre hermanos que debían enfrentarse a un enemigo común, pero que acababan luchando entre ellos. Sin embargo, el ascenso en poder de la Iglesia impuso un cambio radical a ello, fomentado por el Papa Inocencio II.

Para ello, en el año 912, impuso una doctrina militar que el Rey Alfonso III "El Bondadoso", de la Casa Alarcón, rápidamente aceptó por las buenas consecuencias que esperaba que tendría. La doctrina se basaba en que para que una Casa le declarase la guerra a la otra, hacía falta que tuviese una razón justa, una "causa para la guerra". De este modo, se eliminaban todos los conflictos por simple poder y ambición, reduciéndolo a aquellas deudas ancestrales y de honor. Por supuesto, era la propia Iglesia la encargada de juzgar si una guerra era o no justa. Para ello, se basaba en que toda guerra debía cumplir uno de los tres requisitos:

-Guerra por Fe: el principal de los casus belli, la guerra de fé siempre es justa ya que defiende la extensión del cristianismo. La Reconquista tuvo en esto un gran apoyo, pero es también uno de los pilares del poder de la Iglesia, ya que cuando un noble es excomulgado, deja de ser parte de la Fe, y por ello, es susceptible de verse invadido por cualquier otro noble bajo esta causa.

-Guerra por Tradición: la más política de las tres formas, las guerras por tradición son las más frecuentes. Son aquellas que se luchan para defender o implementar tratados, mandatos, acuerdos, tradiciones o leyes, o para ejercer la justicia. Por supuesto, muchos tratados y leyes han sido falsificados para justificar guerras, y la definición de justicia siempre ha sido muy maleable.

-Guerra por Honor: a menudo llamada la "guerra por orgullo" por los miembros de la Iglesia, es la que se da cuando una Casa responde a un insulto o agravio cometido por otra. Suelen ser las más sangrientas, pues el honor de la nobleza sólo se ve satisfecho sobre las masacres, y las más complicadas de conseguir probar, con los riesgos que ello conlleva.

Sin embargo, todo esto rápidamente llevó a una corrupción del sistema. Aunque inicialmente justo, el dominio de los Obispos y Cardenales y su beneplácito conseguía que algunas guerras entre Casas no fueran consideradas lo injustas que eran. Otras guerras se camuflaban bajo ofensas inventadas, o derechos ancestrales falsificados. A menudo, una simple "donación" a la Iglesia, si era lo suficientemente elevada, bastaba. Y, en otras ocasiones, guerras justas eran debatidas y analizadas por los Padres doctos de la Iglesia sin llegar jamás a una solución. Para empeorarlo todo, iniciar una guerra injusta, a menudo era un apropiado casus belli para que otra Casa iniciase una guerra justa contra la anterior y reparar así su daño.

Así pues, antes de la guerra a menudo es tanto o más importante la diplomacia para conseguir un permiso como las propias tropas desplegadas. Y, a menudo, la influencia dentro de la Iglesia puede pesar más en una guerra que el apoyo de las Casas nobles.

Eso no quita que, en ocasiones, más de una Casa ha ido a la guerra sin poseer una causa justa. A menudo, se hace esperando obtener un buen resultado en la contienda que fuerce a que la Iglesia la reconozca como justa a posteriori, otras simplemente porque se posee tanta fuerza que no se temen las represalias de las demás Casas en caso de que se llegue a la excomunión, o porque se considera al Papa débil como para tomar una medida así. 

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