domingo, 5 de junio de 2011

Relato: La Balsa de Piedra

Ven, siéntate conmigo, jovencito. Aquí, en esta gruta, al menos podremos resguardarnos de la que está cayendo ahí fuera. ¡Hay que ver como llueve aquí al norte! Al menos estaremos a salvo de la Santa Compaña, seguro que ni ellos caminan en noches como esta.

¡Ja! Ya, si, ya veo en tus ojos que estarías dispuesto a salir ahora mismo a enfrentarte con los enlutados, pero permite un consejo de un caballero veterano a uno que aún no es caballero: hay enemigos más importantes que los fantasmas que campan por nuestros bosques y montañas y las mouras en sus peñas y lagos. Sienta, y déjame contarte la historia que has oído un millón de veces. Con suerte eso saca las jilipolleces de tu mente y hace que no nos metas en líos.

Cuentan las leyendas que ocurrió hace más de tres siglos, en torno al año 900 de Nuestro Señor, quizás un poco más tarde. Ya se sabe que con las jodidas historias, la precisión es lo de menos. ¡Je! Toma, echa un trago y enciende una hoguera, anda, que hace un frío de cojones.

Bueno, como decía, por aquel entonces la Casa Jovellanos era un jodido caos. Divididos tras la guerra civil, nuestra Corona robada por los Alarcón, nuestros nobles enfrentados unos a otros y sin claro liderazgo ni propósito. Era un momento oscuro, joven, más que esta noche. Faltaba poco para que una nueva guerra civil nos dividiese y enfrentase unos a otros, lo cual sólo empeoraba porque los jodidos moros ya no tenían frontera con nosotros y ya no podíamos expandirnos como hacían los demás. Un momento puto, puto, jovencito.

Pues eso, que estábamos que nos matábamos unos a otros, y el párroco de Santiago se fue a la que entonces era su pequeña iglesia a rezar por un milagro. Dios, en su infinita sabiduría, lo escuchó y así comienza nuestra historia. ¡Ah, al fin tenemos fuego, ya era hora! ¡Je, je, je!

Bueno, resulta que un pequeño campesino entró corriendo en la iglesia esa misma mañana, todo congestionado. Hablaba sin parar, sin mucho sentido, y le contó al cura que habían encontrado una cosa jodidamente extraña, incomprensible. El padre, llamado Xosé de Guzmán, acompañó al campesino molesto por la interrupción; era un hombre devoto, al fin y al cabo, y no le gustaba cortar su diálogo con Dios. Pero lo hizo, ya que ese era su rebaño, y era su deber. Cosas importantes, sin duda.

Caminaron todo el día, mientras el campesino le contaba como en la orilla habían encontrado una roca muy rara, como ninguna que hubiese visto. La había traído el mar, y todo el mundo sabe que las mareas no traen piedras, y menos de ese tamaño. El párroco no entendía una puta mierda, y menos cuando al anochecer había llegado a la playa. Allí, en el medio de una multitud de campesinos y pescadores temerosos y supersticiosos, había un enorme pedrusco. Joder, debía ser de un metro y medio de largo, quizás más, y medio de ancho. Todo cubierto de algas, como si hubiese estado mucho tiempo en el fondo del mar. Imaginate una de esas jodidas piedras antiguas que hay por los bosques, ya sabes, las que los predecesores de los romanos usaban para comunicarse con el Diablo, e imagina que eso lo ha traido la marea. Ya te lo digo, es jodidamente imposible.

Así que Xosé se quedó mirando la extraña piedra durante buena parte de la noche, mientras los campesinos le contaban que un sueño había llevado a dos niños y dos niñas allí la tarde anterior, y al ver lo que encontraron habían avisado a los viejos de la villa. El párroco estuvo en la playa incluso cuando todos los demás se retiraron a dormir, por mucho sueño que sintiese. No fue hasta pasada la medianoche que una visión le dijo que debía llevarla de vuelta a su pequeña iglesia en el campo de las estrellas, y que estas le guiarían.

Por supuesto el cura no entendió qué tenían que ver las estrellas con la jodida piedra, pero tenía muy claro que no iba a ignorar un mensaje divino. Así que, a la mañana siguiente, pagó de su pequeño bolsillo el alquiler de uno de los carros del pueblo y a varios de los campesinos para que le llevasen la roca al campo frente a la ciudad, donde esperaba la iluminación. Pero ella no llegó cuando llegaron al campo al anochecer siguiente, ni el de después, ni el que siguió. Ya sabes que las cosas buenas se hacen esperar, y el padre Xosé tenía paciencia. Y, más importante, tenía fe. Así fue como, a la cuarta noche, la luz de la luna y las estrellas le iluminó una grieta que él no había visto. La recorrió con los dedos, y notó como cubría todo el canto de la piedra a su alrededor. ¡No era una roca, eran dos unidas! Con frenesí comenzó a tirar las algas con todas sus fuerzas, y aunque estaban agarradas con tenacidad, lentamente comenzó a retirarlas. Luego intentó separar ambas partes, pero fue incapaz y debió esperar a que llegara la mañana y pudiese avisar a los campesinos del área y a los nobles que por entonces poseían aquellas tierras.

Pero los nobles se preparaban para una batalla contra sus vecinos y sólo los campesinos acudieron a su llamada. Con fuerza y tenacidad separaron ambas partes para descubrir que no era una roca sino un ataud de piedra. En su interior, perfectamente preservado, había un cuerpo de un hombre pequeño y fibroso. Su cabeza estaba separada del cuerpo y colocada sobre el pecho, rodeada por tres conchas diferentes, de las que hoy día usan los peregrinos. ¡Era un extraño portento, desde luego!

Llevaron el cuerpo a la iglesia de Compostela, donde lo guardaron a buen recaudo. No entendían como podía no haberse producido ninguna señal de podredumbre pese a que claramente llevaba mucho tiempo bajo el mar. La voz corrió lejos, e incluso los nobles que planeaban sus putas guerras las dejaron de lado para ir a ver el milagro del cuerpo incorrupto. Todo pareció detenerse mientras durante días el párroco Xosé estudiaba las Sagradas Escrituras para entender qué pasaba. Si, si, gracias por el queso, ¡pero no cortes mi historia! Bueno, como decía, estudió mucho tiempo lo que tenía delante; por lo menos una semana o dos, y todo el mundo esperaba. Al final, encontró el pasaje. Las señales en un sueño se lo indicaron y todo estaba claro. ¡Aquel era el cuerpo de Santiago el Mayor, o el Apóstol, que había estado con nuestro señor Jesucristo durante tanto tiempo! Todo el mundo se dividió ante el milagro, unos aceptándolo rápidamente y otros diciendo que era un cuerpo sacado de alguna tumba reciente y montado para parecer antiguo e impoluto. El Papado envió un experto en evaluar milagros, si es que nosotros putos mortales podemos analizar algo así, pero tardaría en llegar. Y, mientras tanto, el cuerpo seguía sin corromperse en absoluto, completamente resistente al tiempo y al clima.

El punto clave se dio cuando, enterados de su llegada, los musulmanes lanzaron un ataque contra Santiago aquel otoño. Algunos dicen que lo hicieron simplemente porque nuestra Casa estaba débil a base de luchas intestinas, pero los que de verdad creemos en Él sabemos que lo hicieron porque tenían verdadero miedo de Santiago Matamoros. El asalto fue grande, varios millares de musulmanes a caballo y armados perfectamente, y requirió de la reunión de muchas de las Casas vasallas de los Jovellanos para derrotarlos. Cientos de caballeros cayeron en combate por ambos lados en una carnicería antes de que los jodidos moros fueran expulsados de vuelta al puto sur. Eso fue la señal que hacía falta, porque en medio de la batalla se vio el caballo blanco y al jinete imbatible. ¡Santiago cabalgaba con nosotros al combate!

El resto, como se dice habitualmente, es puta historia. La catedral, las tierras cedidas a la Iglesia, la santificación de todo, el Xacobeo... Lo que importa, joven, es que ahora sabemos cual es nuestra misión. Igual que entonces nos unimos para derrotar a los musulmanes, ahora lo hacemos si alguien amenaza la fe. Es cierto que el resto del tiempo nos peleamos y tenemos problemas, pero cuando Santiago está en la ecuación todo deja de importar. Todos somos caballeros ante él, al fin y al cabo. Y eso no debes olvidarlo nunca, porque nosotros somos Sus elegidos, y debemos siempre estar listos para su llamada.

Ni Santa Compaña, ni perder la vida en putas peleas de taberna, si haces cualquier jilipollez que impida que el día que importe puedas luchar, Le habrás fallado. Todos nosotros somos llamados a Su servicio antes o después en nuestras vidas, es nuestro destino. Quienes no están listos entonces están eternamente condenados al infierno, porque habrán fallado en su momento de Llamada. ¡Así que entrena y espera a que Él te reclame a filas! Y ahora venga, recoge todo esto, que parece que finalmente para de llover y podremos llegar a la torre antes de medianoche.

1 comentario:

  1. Este relato no tiene una fecha específica, podría tener lugar en cualquier momento en torno a 1290.

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