domingo, 1 de agosto de 2010

Relato: La Fuerza de la Piedra

Elevada entre los picos del Paso del Sur, en el Macizo Galaico, hay una fortaleza. Construida hace casi doscientos años, observa el mundo con tranquila y sólida paciencia, desde su incomparable altura. Dicen que ella es la más antigua, alta de todas, y la más inexpugnable, pero ella simplemente espera. A qué, nadie lo sabe.

Manuel de Jovellanos la estaba inspeccionando, aunque era más un tranquilo reencuentro entre viejos amigos. Hacía muchos años que se conocían, y sus reencuentros siempre conmovían algo en el tranquilo corazón del Duque. Le recordaba que todavía quedaba algo de su época vivo, cuando la mayor parte ya habían ido reencontrándose con Dios por enfermedad, guerra o simple vejez. Pero ella, la incomparable Guarida do Falcón, siempre lo recibía con su tranquila amistad.

Pero esa tranquila comunión entre ambos se vio rota por la acción humana cuando un sirviente de la Casa abrió la escotilla de la torre para entregarle un mensaje. Una llamada del Rey.

A solas, el Señor de la Casa Jovellanos leyó con calma el texto, permitiendo que su sirviente se retirase. La llamada era pronta, y habría mucho que preparar para mover a todos los caballeros hasta allí, pero había tiempo para avisar al Chambelán. Lo que le importaba era lo que ocurriría entre bastidores, lejos de la arena donde los caballeros medirían su habilidad para mayor solaz de nobles y damas. Y "El Viejo Pálido" era, tras tantos años, un maestro preparándose para los encuentros.

Los Alba necesitaban un enemigo exterior para eliminar las posibles sediciones; los Cruilles querrían cambiar su destino reciente y volver a crecer, temiendo decaer como los Alarcón; estos, por su parte, simplemente querrían no ser destruidos más; y los Medinaceli querrían consolidar la paz en el Reino y buscar mantener la paz y solidez. Los jóvenes eran fáciles de leer, por mucho que se creyesen maestros de sus artes.

Pero, tras tantos años, él tampoco tenía sorpresas, como no los tenía la Guarida do Falcón. Ella, como él, simplemente eran eficaces en su misión, pero hacía tiempo que habían mostrado ya sus cartas. Ahora jugaban con ellas como mejor podían. Y eso era lo que ocurriría en verano, desde luego. Él acudiría allí y observaría, los vería a todos maquinar y jugar, y leería sus movimientos como siempre hacía. Entonces actuaría.

Como la sólida fortaleza, que actúa tan pronto el enemigo se encuentra frente a sus murallas, él actuaría cuando viese ocasión. Lo único que importaba era mantener seguro a Santiago Apóstol, del resto se ocuparía el Señor Todopoderoso... y su propia habilidad.

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